El día del Pilar

Un año más acudimos a la cita con la Virgen del Pilar. Este doce de octubre estuvo pasado por agua, pero aún así ofrecimos nuestras flores a la Pilarica.

A pesar del mal tiempo, los maños sacaron sus mejores galas para ofrendar a la Virgen; vestidos confeccionados con caras telas, zapatos forrados a juego, vistosos mantones de manila, todo era poco para un día tan esperado.

Este año el ritmo de la ofrenda era ligero, sin prisa pero sin pausa, ya que muchos de los que allí estábamos llevábamos alpargatas de esparto y el agua calaba enseguida.

El año pasado la ofrenda se hizo muy larga, casi cuatro horas nos costó llegar hasta la plaza del Pilar; pero este año lo habíamos previsto todo (menos la lluvia). Llevábamos una cesta llena de ricas viandas: chorizo, longaniza de Formiche, queso, jamón de Teruel y por supuesto pan; tampoco nos faltaba la bota, pero con agua fresca en lugar de vino. Así, en el caso de tener que pasar varias horas en el trayecto podríamos reponer fuerzas. Todos hicimos buen aprecio a la cesta.

Una de las cosas que más me gustan de la ofrenda es la variedad de trajes regionales que se pueden ver: trajes de gitana, falleras valencianas, los vistosos trajes del otro lado del charco y por supuesto, trajes aragoneses de lo más variado; desde los brillantes brocados de finales del siglo XVIII, hasta los sencillos atavíos de finales del s. XIX, principios del s. XX, sin olvidarnos del las gruesas telas que componen los trajes pirenaicos combinados con los ricos plisados de las mangas.

Mi traje es único; no por que las telas sean caras o el mantón importado (que no lo son) sino porque cada una de las piezas que componen el traje tienen un significado muy especial. Es un traje de labradora; una pieza clave del traje es el mantón, de lana, con los motivos pintados, y fue uno de los regalos de boda que me hicieron mis amigas y compañeras de promoción.

La camisa, es otro regalo de una de ellas, pero esta vez de mano del "amigo invisible". Y la saya (falda) la hice yo, cosida totalmente a mano, pues no tengo máquina de coser, y fueron muchas las horas y muchas las puntadas que dedique a esta falda.

El delantal también lo cosí yo, pero un año después de la saya, y por supuesto, también a mano.

La alpargatas de ganchillo y las medias son un regalo de mi madre. Ella es la que se encarga cada año de que a mis hijos no les falte su traje, sus medias o sus alpargatas. Gracias mami.

Y esto que veis, son las enaguas. No son mías, son de mi cuñada hechas por su madre. Serán mi próximo proyecto de costura para terminar de completar mi traje regional. Tengo incluso la tela, una sábana del ajuar de mi suegra de puro algodón con el embozo hecho de ganchillo que aprovecharé para adornar la faldiquera (bolsillo que tienen las enaguas).

Los pendientes y el broche son muy sencillos, sin oros ni piedras preciosas, ya que os recuerdo que el traje es de labradora, pero muy presumida, eso sí. Fueron un regalo de cumpleaños que me hicieron mis cuñadas y mi suegra.

Las castañuelas tienen casi treinta años, pertenecieron a mi hermana cuando bailaba la jota en el colegio. Ahora es mi hija la que las disfruta.

Está demás decir que para mí el día del Pilar y la ofrenda de flores a la Virgen es una ocasión muy especial; son treinta y cinco años participando, de los cuales habré faltado a lo sumo en tres ocasiones. Intento que esta tradición no se pierda en mi familia, y el día de mañana, sea mi hija o mis nietas quienes puedan lucir mi traje con el mismo orgullo con el que ahora lo hago yo.